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Sueños quijotescos

Sueños quijotescos

Opinión

Por: Julio César Carrión

 La dimensión cultural frente a la guerra, al miedo y a la muerte

Como Don Quijote y Sancho Panza, hemos sido vencidos de antemano: Nos atenaza constantemente una realidad incomprendida y recurrimos a la imaginación y a los sueños para que acudan en nuestra ayuda. Pero a pesar del permanente fracaso de los sueños, seguimos soñando, sin llegar a comprender si lo que nos amenaza son en verdad molinos de viento o taimados gigantes encantados.

Para empezar es preciso superar una constante paradoja : no es desde los espacios académicos y las rutinas escolares, sino, desde otras latitudes ajenas al mundillo escolar e institucionalizado, que se debe intentar demostrar la validez de esas lecciones establecidas por Don Quijote de la Mancha en defensa de la alegría, del juego y de los sueños; señalando, precisamente, las contradicciones inherentes a la forma de vida contemporánea, que transcurre bajo los principios y valores de la modernidad y la cordura, en medio de una época centrada supuestamente en el desencantamiento del mundo, en la erradicación de las quimeras y utopías y en esa pesada seriedad racionalista que ha conducido, tanto a la exagerada autoridad del demencial realismo que nos cobija, como a ese abstracto individualismo contractual que eclipsa al sujeto en favor de las masas y de las montoneras, y que las estructuras académicas y universitarias se encargan de defender y preservar.

La tarea que debiera ocupar, a quienes tercamente seguimos creyendo en la validez de la cultura, ha de ser, principalmente, oponerse a esa absurda "realidad" que se prohíja desde el medio escolar y educativo, (tan lleno de "mayorías silenciosas", embrutecidas sistemáticamente, con sus saberes “especializados” y enteramente subordinadas a la ideología de la productividad y el consumismo, quienes bajo el imperio del anonimato, van arrastrando sus insulsas, pequeñas y superfluas vidas, cautivas del narcisista orgullo de perseguir, primero, y luego ostentar como gran cosa, credenciales y títulos universitarios, que esgrimen como patentes de corsarios, en un absurdo ambiente de mediocridad en permanente competencia).

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Freud planteaba en "El malestar en la cultura", que el destino de los seres humanos depende, fundamentalmente, de la capacidad de la cultura para contrarrestar la violencia y la agresividad. Decía que corresponde a la dimensión estética (simbolizada en la figura mitológica de Eros) confrontar las fuerzas destructivas de la guerra y de la muerte (Tánatos), que ejercen enorme presión sobre los individuos y sobre la sociedad, debido a la interiorización generalizada de los sentimientos de culpabilidad que, desde absurdas perspectivas religiosas, merecen ser castigados.

El ya viejo ideal de la modernidad, que prometía apartar a los seres humanos del temor y de los mitos, y alcanzar una sociedad democrática, precisamente alejada de la represión y del castigo, conformada por individuos emancipados e ilustrados, capaces de valerse de su propio entendimiento, hoy ha decaído, frente al triunfo inobjetable de nuevos mitos, esta vez encarnados en la razón tecnológica. El camino hacia el desencantamiento del mundo, iluminado por la razón, devino en fe ciega hacia la ideología del "progreso", entendido como el fortalecimiento del mundo de las cosas y la negación y el extrañamiento del mundo de la vida.

El entusiasmo generalizado por el desarrollo tecnológico, que triunfa en todos los ámbitos sociales, y particularmente en ese mundillo académico y universitario, debe ser axiológicamente confrontado, presentando la subjetividad, que encarna la dimensión estética, como una auténtica posibilidad para la construcción de la felicidad humana, más allá de la integración, de la homogeneidad, del uniformismo y de la extinción del individuo, bajo el poder de las masas, como hoy lo impone la razón instrumental y tecnocrática que se fomenta desde un sistema educativo hecho para crear sujetos sometidos.

Las conclusiones de Freud en el texto citado, tienen hoy plena validez y vigencia: “... el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que la otra de ambas «potencias celestes», el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?...”

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La cultura, en su múltiple y universal significado, particularmente desde la dimensión estética que ella comporta, debería ser el elemento fundamental para dicha confrontación, procurando alcanzar en espacios, no necesariamente académicos y escolarizados, la formación tanto individual como social de toda la comunidad. Se trataría de impulsar un nuevo tipo de educación, un nuevo proyecto pedagógico que fuese más allá de lo meramente curricular; conducente a la reconstrucción de la perdida unidad de los seres humanos -hoy despedazados al arbitrio de los intereses del mercado, del consumo, de la productividad y agobiados con los falsos principios de la eficiencia, la eficacia y la rentabilidad- y, al mismo tiempo,para lograr la interacción efectiva de las personas con la comunidad y el entorno local y regional.

La construcción permanente de lo cultural, ha de significar, no solo la fatigosa búsqueda de los códigos de la modernidad y los aprendizajes básicos de la convivencia social, sino, una nueva opción para la dimensión estética, los saberes subyugados, las culturas populares, los imaginarios colectivos y todas aquellas formas alternativas de cultura, que sobreviven en un país multiétnico y pluricultural, a pesar del enorme peso específico de la homogeneización escolar, del llamado “pensamiento único” y del uniformismo cultural que impone la globalización y la geopolítica de las transnacionales del poder y del conocimiento.

Aunque entendemos que lo cultural no ha logrado comprometer efectivamente al sistema educativo y menos aún al pequeño gueto de la llamada "educación superior", -en las universidades colombianas, públicas o privadas, da lo mismo-, no se contribuye efectivamente a la construcción de la cultura, asumimos, no obstante, que uno de los principios fundamentales del quehacer educativo consiste en la búsqueda de un nuevo Ethos político, social y cultural para nuestro país. Tarea que creemos se puede emprender plenamente desde organizaciones culturales populares, comprometidas en la formación de seres humanos integrales, multidimensionales, y no en la mera certificación de unos profesionales carentes de ética, de conciencia social y desligados de la vida, como los que lamentablemente se producen hoy en esos tituladeros llamados universidades.

Desde esta perspectiva ética, filosófica y política, deberíamos convocar a los más diversos colectivos preocupados por "lo cultural" y a la población en general, a participar en las variadas expresiones estéticas, y centros de estudio y reflexión (artística, lúdica, política, pedagógica...), creando espacios de encuentro entre la ciencia y la poesía, entre el amor y la sabiduría, entre el rigor de lo académico y el goce de la imaginación creativa.

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Continuar todas esas múltiples acciones que artistas, cultores, gestores y promotores ofrecen en las diversas ciudades y regiones, sin estar subordinados a programas o a contextos de orden disciplinario o curricular. Simplemente abriéndose, a plenitud, con el propósito de encontrar nuevos sentidos a la aventura del pensamiento, de los sueños y de los sentimientos, como con su lúdica lucidez y cuerda locura, lo propusiese el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.

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