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El propósito de la filosofía (primera parte)

El propósito de la filosofía (primera parte)

Por: Juan Bautista Pasten G.


A mediados del siglo XX, el filósofo alemán Martín Heidegger escribió el libro “¿Qué es esto de la filosofía? “, queriendo responder a quienes preguntan por qué y para qué sirve el pensamiento filosófico. Ambas interrogantes tienen, por cierto, un atisbo de crítica e ironía, pues pretenden cosificar las directrices y objetivos de la filosofía, reduciéndola a un carácter utilitario y productivo.

Por lo pronto, la reflexión filosófica no busca lograr algo determinado ni obtener alguna cosa o fruto inmediato. Sin embargo, prepara, fortalece y energiza a las personas, para hacerlas crecer integralmente, vale decir, física, emocional, mental, social, valórica y espiritualmente. Por consiguiente, la obtención de cosas, de bienes materiales constituyen elementos que vienen simplemente a adornar la riqueza interior que acompaña al pensamiento filosófico.

Recuerdo que, en el primer día de clases en la universidad, nuestro profesor preguntó a unos inquietos y ansiosos alumnos – yo, entre ellos – lo siguiente: ¿por qué han decidido estudiar filosofía, ¿qué nos motiva a estar ahí en esa aula?; en fin, ¿qué queremos lograr con esta conspicua forma de pensamiento?

  • Puede leer: Si

Bueno, las respuestas fueron diversas: para algunos, era un nexo para acceder a otras carreras o profesiones, por ejemplo, derecho o sociología. Para otros compañeros, constituía una búsqueda de sentido y orientación existencial, un preparar para la vida, una base para permitir logros personales y sociales, ya sea en lo político, lo sindical o, incluso, lo religioso.

Por otra parte, unos pocos querían hacer carrera profesional, principalmente, en lo educación formal y escritural, o sea, que fuera un sustrato para desarrollarse hacia niveles superiores del conocimiento, una manera de subir en la escala académica, es decir, avanzar a niveles como la magistratura y el doctorado y, de alguna forma, ser reconocido socialmente.

En lo personal, la filosofía llamó mi atención desde que la descubrí, casi casualmente, leyendo un texto de historia de la antigua Grecia, donde se mostraba, en un episodio, la importancia que tuvo Aristóteles – en cuanto asesor lógico, psicológico, retórico y político – en la existencia de un joven Alejandro Magno que, posteriormente, llegaría a dominar gran parte de Europa, el Medio Oriente y África. La lectura de este hecho, motivó tempranamente mi interés por y hacia la Filosofía.

Mi respuesta, entonces, a mi primer educador filosófico, se sustentó en este evento histórico, fundamentalmente, en el enorme conocimiento que tuvo ese eximio pensador – Aristóteles – y la oportunidad efectiva de educar, de modo amplio y profundo, no solo a líderes sino a todos quienes le rodean. Esta idoneidad de permanente aprendizaje, de crecer en Sabiduría y, además, de tener la sublime posibilidad de motivar y enseñar al prójimo, conduce, a mi juicio, por el sendero ilimitado del amor, la luz y la consciencia.

Ahora bien, tampoco pueden eludirse los beneficios personales y sociales que trae consigo la dedicación a la actividad filosófica, como buscaban algunos de mis antiguos compañeros y amigos de la universidad. Coincido con ellos en muchos de estos aspectos, pero sigo pensando - parafraseando una cita bíblica - aquella que señala: “Busca el Reino de Dios y todo lo demás vendrá como añadidura”. En el caso de la filosofía, los beneficios constituyen una prolongación y/o extensión de la riqueza interior susceptible de ser alcanzada.

Debo señalar que la presente columna es una primera parte que esperamos completar, profundizar y perfeccionar la semana venidera. Invito, por tanto, a la lectura reflexiva que siempre permite enriquecer lo leído y lo obrado.

Para corroborar lo anterior, usaremos el sabio pensamiento de Sócrates: “Solo sé que nada sé”, una prístina muestra de que siempre estamos capacitados para ampliar y prolongar el conocimiento, en todo tiempo y lugar.

 Es menester reconocer que lo que sabemos es ínfimo y reducido en comparación con todo lo que ignoramos. La tarea filosófica – que todos podemos y debemos emprender – es comenzar, aquí y ahora, a vencer ese desconocimiento y avanzar en el inefable camino de la Verdad.

 La abigarrada convivencia actual necesita de personas sapientes y valiosas, que nadie esté ajeno ni distante de tan loable quehacer.

*Docencia e investigación en filosofía

Universidad de Chile

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