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Ángela Ospitia: un triunfo de la voluntad
De niña Ángela Ospitia sufría, como tantos otros menores en Colombia, de maltrato por parte de su núcleo familiar. En su casa escaseaba la comida y el afecto. Fue abandonada dos veces y llegó al ICBF a los 12 años. Hoy es psicóloga y trabaja con el Bienestar Familiar de Ibagué ayudando a niños que están en la misma situación que ella logró superar.
Ángela Ospitia logró vencer su contexto, cosa de pocos son capaces de hacer. Hoy tiene 25 años y es una profesional que trabaja en el Equipo Integral Móvil del ICBF en el Tolima en la erradicación del trabajo infantil. Se convirtió en que lo admiraba de niña.
En las palabras que se repiten, sean voluntarias o inconcientes, está la esencia de lo que las personas piensan. En Ángela esas palabras son voluntad y oportunidad, y sobre ellas se paró para ser lo que hoy es: eso que la llena de merecido orgullo.
La historia de Ángela es larga y llena baches que supo sortear. A la edad de 6 años su madre la regaló a una persona de dinero, ya muy mayor. Aunque no le faltaba lo necesario, nunca llegó a recibir amor de esa persona. “Ella tenía 72 años y constantemente tenía problemas del corazón. Nunca logré una buena relación con ella”, dice.
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Esa mujer no la adoptó, la empleó: barría, planchaba, cocinaba y la acompañaba a las citas médicas a cambio de un techo y comida. Nunca fue su familia y por eso la entregó a los 12 años al Bienestar Familiar.
Cuando llegó al ICBF se sentía llena de lujos: la comida siempre estaba y había personas que siempre le preguntaban cómo se sentía, le recordaban que podía hacer todo lo que se propusiera y tenía niños similares a su lado en los que se reflejaba. Los psicólogos que la aconsejaban la inspiraron y aún son su familia, dice.
“Cuando me dejaron en el ICBF llegué al centro de emergencias, que es donde los niños llegan mientras se les da una medida de protección: un hogar sustituto o una institución. Se hace un proceso de búsqueda de sus padres; incluso yo salí en televisión: los niños buscan su hogar. En menos de seis meses me declararon en inadoptabilidad y llegué al Hogar de la Joven, una institución que compartí con 24 chicas más. Luego pasé al programa Casa Hogar, donde inicié mi proyecto de vida. Allí terminé mi bachillerato y comencé la universidad”, cuenta.
Ángela es un triunfo del ICBF. La institución no solo la protegió cuando más lo necesitaba, la alimentó y la resguardó, sino que además de eso le pagó la universidad, la acompañó durante todo el proceso y la ayudó a ubicarse laboralmente.
Sobre eso explica que hace 10 años el ICBF no brindaba la oportunidad de formación superior. Una persona cumplía 18 años y se iba de la institución. Ahora el Bienestar Familiar apoya a los menores en un necesario proyecto de formación, les brinda armas para salir al mundo y defenderse.
Ángela estudió psicología en la Universidad de Ibagué. Allí fue una estudiante más en medio de personas con vidas más afortunadas que la de ella. “Haber estado en el Bienestar Familiar fue algo muy personal. Tal vez en el colegio, por inmadurez o falta de experiencia, me sentía un poco mal. Pero ya en la universidad fue diferente. Nunca tuve un inconveniente con algún estudiante o algún profesor. La Universidad de Ibagué siempre me apoyó”, cuenta Ángela.
La idea general de las personas es que la ayuda que brinda el Bienestar Familiar va hasta que dejan de ser menores de edad, pero no es así. Hay personas de 25 o 26 años que siguen recibiendo el apoyo del instituto porque les hace falta poco para terminar su universidad.
Las universidades privadas, aunque parezca paradójico, han sido mucho más receptivas que las universidades públicas con los estudiantes que vienen del ICBF. Los problemas de otros compañeros de Ángela en las universidades públicas tienen que ver con que no facilitan el proceso, cosa que sí hacen las universidades privadas. “De hecho creo que actualmente la Universidad de Ibagué debe tener unos 20 chicos del ICBF por los buenos resultados que hemos obtenido quienes hemos pasado por allí”. Algo similar a lo que sucede con Ser Pilo Paga.
Cuando alguien decide recibir el apoyo para estudiar una carrera superior en el ICBF adquiere no solo una gran oportunidad, sino muchos compromisos: buen comportamiento, no perder notas, tener un buen promedio. Cada dos meses la institución hace un seguimiento de cómo van las notas. Semestre a semestre se va ganando el siguiente. “No solo pagan la universidad y hace un acompañamiento, sino que también te ayudan a ubicarte laboralmente”, cuenta.
Cada uno escoge la carrera que quiere en la universidad que más le parezca. El Instituto lo acompaña en las pruebas vocacionales, en la compra del PIN y en el proceso de inscripción.
No hay que devolver el dinero ni hay obligatoriedad en regresar a trabajar en el ICBF para devolver un poco de lo recibido. Sin embargo, no es raro que la mayoría de los profesionales terminen trabajando allí mismo. “Nosotros escogemos la carrera por lo que hemos visto a nuestro alrededor. Por eso la mayoría de nosotros estudiamos psicología, derecho o trabajo social.” De niños veían a esas personas, sicólogos, abogados y trabajadores sociales, y eran sus héroes, quienes los ayudaban y por eso son sus referentes. Una generosidad que se hereda.
Ella misma, que estaba indecisa entre estudiar medicina o psicología (no alcanzó a pasar a medicina y se interesó por la salud mental), sabía que quería ayudar a otros que están en la posición por la que ella pasó. “Decirles que nosotros también estuvimos en esa misma circunstancia y que sí es posible salir. A nosotros tampoco nos gustaban las reglas y anhelábamos cosas que no teníamos. Pero eso no es importante, todo eso es banal y pasajero.”
Los jóvenes de hoy en día, dice, tienen muy pocas bases en cuanto a un proyecto de vida. Y los niños que llegan al ICBF aún más. “La vida tiene sus dificultades y siempre las tendrá, pero no podemos encerrarnos en nuestra propia mala suerte y negarnos a las posibilidades”, dice Ángela.
La mayoría de los profesionales que salieron del ICBF siguen estando vinculados con la Institución. Algunos ayudan económicamente y otros sirven de ejemplo para los niños que apenas comienzan el proceso. En el Tolima, en los último 10 años, de casi 100 chicos que lo han intentado cursar estudios superiores solo 20 son profesionales. A nivel nacional apenas hay 260, de quién sabe cuántos, profesionales salidos del ICBF. La tase es pequeña, pero sigue siendo significativa y esperanzadora.
Quien ve a Ángela no podría imaginar la batalla que ha sido su vida. Está vestida con un pantalón rojo y una blusa blanca. Sobre su pecho cuelga un carné, blanco y verde, con su foto, nombre y cargo. Vocaliza con cuidado y mueve sus manos suavemente. Está cómoda (y orgullosa) consigo misma y de lo que ha contado.
Con su familia biológica, a pesar de todo, se comunica periódicamente. Por lo menos una o dos veces al año va a visitar a su papá y a su hermana mayor. “No tengo nada que reprocharles. No voy más porque mi trabajo no me lo permite”, dice. Hay cinco horas de Ibagué hasta Puerto Boyacá, luego son tres horas más para ir de Puerto Boyacá al pueblo, de ahí son 5 horas más a caballo desde el pueblo hasta la finca. 13 horas de ida y 13 horas de vuelta. A pesar de todo quisiera ir más seguido.
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