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Convertir un desierto en meseta productiva de las más altas del mundo
El comandante Fidel Castro habló durante cuatro horas sin ofrecerles un solo vaso de agua a sus invitados. Allí estaban entre otros Gabriel García Márquez, Germán Santamaría, Juan Manuel y Enrique Santos Calderón. Cada sesenta minutos cambiaba de tema refiriéndose con profundo conocimiento al petróleo, no sé qué y finalmente disertó sobre la agricultura estacionándose en el tema del arroz. De pronto, tras recorrer los datos de la China, preguntó cómo estaban ahora las estadísticas de la producción de arroz en la meseta de Ibagué. Se mostraba admirado con las cifras de la década del 60 en el siglo XX que recitaba con propiedad, advirtiendo que necesitaba las actuales. Ante el interrogante todos miraron a Santamaría y nuestro premio nobel invitó al tolimense para que le respondiera. No lo sé, dijo el famoso periodista. Para entonces era una gran pregunta aquella región que proporcionalmente al terreno cultivado tenía la productividad más alta del mundo.
No se sabía más allá de círculos estrechos que los en otra hora terrenos estériles cubriendo la meseta que abre desde la capital del Tolima el llano inmenso, eran ahora una gran terraza dedicada al cultivo del arroz. Pero las obras no se dieron por obra y gracia del espíritu santo sino en virtud al espíritu emprendedor de un grupo de propietarios inquietos que quisieron dotarla de agua.
Fue a comienzos de la década de los años 40 del pasado siglo cuando frente a la aridez que podía visionarse como un pequeño gran desierto, en menos de 15 años se convirtió en un centro de producción que además ofrecía a propios y extraños un paisaje de singular belleza.
Huérfanos de la ayuda del Estado, fueron los Sarmiento, los Laserna y los Rocha quienes primero como empresarios decidieron construir canales de conducción. Y lo lograron desde los ríos Combeima y Alvarado desatando una dinámica de desarrollo impresionante para aquellos tiempos de quietud opita y provincial. Pero no fue todo.
En los años sesenta se alcanzó la productividad que contabilizada despertaba el asombro de mandatarios como Fidel Castro y surgió una industria molinera que consolidándose comenzaría a darle un perfil agroindustrial a la capital del Tolima. Aquella hazaña colectiva tuvo poco después otros protagonistas que con tecnología de punta empezaban a ofrecerle otro rostro a la tierra de los antiguos pijaos.
Sus nombres no son tan abundantes como el arroz mismo, pero allí figuran en esta historia de progreso empresarios como Delio Suárez, amigo de la infancia del poeta Álvaro Mutis, Santiago Rendón y Luis Bernal, haciéndolo sucesivamente arroceros como Rafael Caicedo Espinosa, Jorge Ruíz, Roberto Mejía, Santiago Meñaca, Camilo Casas, Guillermo Ponce de León, Jaime Zorrosa, Gustavo Cano, Ernesto Navarro, Fernando Meléndez, Aureliano Aragón y Vidal Melo.
Gracias a quienes emprendieron semejante jornada en una guerra silenciosa contra el atraso y el subdesarrollo, la meseta de la ciudad musical a lo largo de las últimas décadas, obtuvo y conserva la mejor capacidad instalada del país.
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