Opinión
La unión en Navidad
Por Edgardo Ramírez Polanía
Se afirma, que el origen de la navidad corresponde a un hecho histórico en el Imperio Romano, cuando el emperador Justiniano I, estableció el 25 de diciembre como la fecha de su celebración, en una estrategia para reunificar el Imperio bizantino que se encontraba dividido por tensiones políticas y religiosas.
Cualquiera que haya sido la razón de su existencia, es una práctica de origen secular impresa en el alma del mayor número de creyentes de las culturas religiosas del mundo que celebran el nacimiento de Jesús.
Las sociedades cristianas han tenido el empeño de preservar las tradiciones navideñas, con un deseo de dificultar la posibilidad que se obtenga un cierto cambio de sus costumbres, una cierta preservación de la densidad de sus celebraciones, una cierta y eficaz expresión de sus ritos, para que toda novedad distinta en la época del adviento, deje de ser un milagro, una imprevista maravilla, contra la legitimidad de esas creencias y festividades.
Las familias de las anteriores generaciones, celebraban con mayor fervor la navidad y eran más solidarias, porque imperaba la comprensión entre sus miembros, con una comunicación clara y coherente, capaz de adaptarse a los cambios de los vínculos afectivos de sus nuevos integrantes, que ayudaba a superar las crisis y sus dificultades, debido a que la familia es la célula esencial de la sociedad, sin la cual, no es posible una organización comunitaria, que permita el entendimiento entre sus miembros, a través del dialogo para superar los conflictos para que la sociedad funcione adecuadamente.
En épocas anteriores, imperaba una estructura piramidal de padres a hijos y hasta los abuelos eran consultados por sus conocimientos o experiencias, pero esa costumbre desapareció por el autoritarismo desmedido de los hombres, que hizo necesaria la expedición de reformas constitucionales en favor de las mujeres y los niños en los gobiernos de los presidentes de la República de su época, Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo, con la expedición la ley 75 de 1968, que reglamentó el funcionamiento y los derechos de la mujer y los niños con las posteriores normas penales por inasistencia familiar, abuso y negación de sus derechos entre ellos el voto, que fue establecido por el General Gustavo Rojas Pinilla.
Hoy, en algunas sociedades el denominador común ha sido el egoísmo, que hace difícil los cambios en las costumbres, que aleja los propósitos comunes de solidaridad y apoyo en la familia, que son los valores que hacen progresar ese núcleo esencial de la sociedad.
Se afirma, que siempre los hijos hacen su hogar y dejan a sus padres, como ellos lo hicieron en su momento con sus ascendientes. Esa afirmación no es estrictamente cierta y está en contradicción con las sociedades solidarias, donde ha imperado el sentido de unión en sus relaciones y en la existencia de las actuales tradiciones y costumbres.
Es evidente que cada persona conforma un hogar con un modo de vida, a la cual incorporan las costumbres aprendidas y que no siempre son iguales, sino diferentes. Pero, persisten las uniones sólidas y las celebraciones tradicionales hacen que las familias expresen sus sentimientos de afecto y alegría, como ocurre con la navidad, El festival de Venecia, La Semana Santa o el Día de Acción de Gracias.
Existen familias que permanecen unidas en torno al amor, más allá de las creencias religiosas, porque cada miembro de esas organizaciones transmiten nuevos valores y costumbres de la sociedad en que se desarrollan y chocan en ocasiones con otras formas de vida de sus integrantes por los trastornos de conducta y sentimientos negativos de un miembro respecto de otro, que alteran la vida en común, que deben estar sujetos a la búsqueda de una dinámica funcional de sentimientos y aceptaciones que permitan el desarrollo de cada individuo, para poder contar con el apoyo, la compañía y el afecto de sus miembros.
Es difícil lograr que los comportamientos positivos y negativos de los integrantes de la familia se eliminen para su buen funcionamiento, para ser mejores y solidarios, intentando alejar ese fantasma de la incomprensión para que la sociedad se fusione en lo posible, sobre un propósito común, que haga mejorar las relaciones humanas, a través del trato, cediendo en las pasiones que nos consumen, para darle paso a otros sentimientos que nos puedan unir en esta época navideña, en torno al nacimiento de Jesucristo, que enseñó la solidaridad y el perdón.
La navidad tiene un gran contenido espiritual en los países del mundo donde se celebra por la tradición judeocristiana, en sus expresiones de alegría y unión familiar, con los villancicos, regalos de navidad, viajes y gastronomía tradicional que perduran a través de los siglos que debemos hacer perdurar. Quienes disfrutamos la navidad como una época de reflexión, amistad y sentido familiar, observamos con secreta sensación y un poco de melancolía, la renovación melódica del ciclo de la felicidad infantil y de la felicidad adulta, en la música, el rito de las novenas, los villancicos, los adornos navideños y nuestra espectacular gastronomía que deben permanecer en el alma de los colombianos.
Hacer una ofrenda de paz y unión familiar en torno a la celebración del nacimiento de Jesús, es el sentido de la navidad. Cumplir ese cometido es una necesidad para deponer los resentimientos bien o mal fundamentados para buscar la paz, la tranquilidad individual y social, que tanto necesitamos en nuestro país lleno de odios y conflictos, para su desarrollo, progreso y tranquilidad.
Feliz navidad.
(CO) 313 381 6244
(CO) 311 228 8185
(CO) 313 829 8771