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Las marchas del silencio

Las marchas del silencio

Por: Edgardo Ramírez Polanía

*Abogado-historiador

Desde que nació la organización social y la política como ciencia del Estado, han surgido diferentes formas de protesta y una de ellas, es ‘La marcha del silencio’, que ha surgido como respuesta a las acciones de los gobiernos represivos y frente a ese abuso del poder político, las sociedades han recurrido al silencio como símbolo de unidad, duelo y desafío.

El silencio no es sólo la ausencia de sonidos, es una expresión genuina que se siente en lo más profundo del pulso de la vida y puede conllevar a una transformación social, que es la danza dialéctica de la vida humana, con su afirmación de resistencia y valentía contra el abuso y la arbitrariedad.

En tiempos de estridencia política, las marchas del silencio irrumpen como una expresión profunda, civilizada y contundente de protesta. No necesitan pancartas ni altoparlantes ni vociferan. Su fuerza está en lo que no se dice, en lo que se calla con dignidad. En ellas se concentra la voz colectiva del dolor, la contención de las grandes emociones del alma y la sublime resistencia para buscar la paz y el equilibrio social por los cauces de la civilización política.

El silencio, bien entendido, no es pasividad ni vacío, es una forma de lenguaje que habla desde lo profundo de los sentimientos, en un mundo saturado de mensajes superfluos, donde los políticos compiten por atención y los ciudadanos se hunden en la economía digital, el silencio emerge como acto de lucidez y de conciencia.

El filósofo Blaise Pascal lo expresó con una clarividencia en el siglo XVIII: “Todos los problemas del hombre provienen de no saber estar a solas y en silencio en una habitación”. Vivimos en un mundo que teme al silencio porque obliga a pensar, a escuchar lo que se ha querido ignorar.

En Colombia, una de las más memorables marchas del silencio, fue la convocada por Jorge Eliécer Gaitán el 7 de febrero de 1948. Más de cien mil personas marcharon en Bogotá, sin gritar una sola consigna, portando crespones negros como símbolo de luto ante los asesinatos de líderes liberales por parte del régimen conservador en los departamentos a manos de la policía de ese régimen y los tenebrosos “pájaros”.

En la Plaza de Bolívar, Gaitán pronunció su histórico discurso Oración por la Paz. Este es el inicio de estas palabras que aún estremecen:

Señor Presidente: Os pedimos cosa sencilla para la cual están de más los discursos. Os pedimos que cese la persecución de las autoridades y así os lo pide esta inmensa muchedumbre. Os pedimos pequeña y grande cosa: que las luchas políticas se desarrollen por cauces de constitucionalidad. Os pedimos que no creáis que nuestra tranquilidad, esta impresionante tranquilidad, es cobardía. Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes: somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este piso sagrado. Pero somos capaces, señor Presidente, de sacrificar nuestras vidas para salvar la tranquilidad y la paz y la libertad de Colombia....".

Ese silencio, inquietó al poder político conservador en el Gobierno de Mariano Ospina Pérez, y semanas después el líder liberal, fue asesinado el 9 de abril de 1948. El caudillo Jorge Eliécer Gaitán, fue abatido por la espalda en plena calle cuando salía de su oficina en el edificio Agustín Nieto de la Carrera 7 con Calle 12, y se dirigía a almorzar con algunos seguidores.

El estallido de violencia que siguió con El Bogotazo y se extendió por el país, marcó un antes y un después en la historia del país. Desde entonces, la violencia no calla y el silencio ha seguido marchando en Colombia.

No solo aquí. En México, en 1968, estudiantes marcharon en silencio contra el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. En Uruguay, las madres de los desaparecidos caminaron con el alma a cuestas en plena dictadura. En Argentina, las Madres de Plaza de Mayo transformaron el pañuelo blanco y el silencio en símbolo de memoria. Aún hoy, se congregan todos los jueves, sin faltar, en la misma plaza y la misma hora de la tarde.

En Colombia, el pasado mes de marzo, otra marcha del silencio recorrió las calles de Bogotá. Fue convocada como reacción por los aleves disparos mortales que sufrió el precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, y mostró que la ciudadanía sigue viendo en el silencio una forma legítima de defensa ante la agresión física, verbal y el odio político.

Porque el silencio denuncia, sacude, exige. Las marchas del silencio no desaparecerán y saldrán cada vez que la palabra sea usada para agredir, para dividir, para manipular. Volverán mientras los gritos no escuchen, mientras los discursos no contengan verdad, mientras la política no se reconcilie con el bien común y mientras la agresión contra los derechos conculcados no desaparezca.

En una nación que ha sido testigo de demasiados estallidos, de demasiados discursos vacíos, de demasiadas muertes anunciadas, de demasiadas carencias humanas, el silencio compartido se convierte en un acto de humanidad y en  una herramienta de esperanza y de defensa. Quizá, algún día, podamos construir la paz no desde los gritos, sino desde el respeto.

Para ello debemos deponer los odios para cederle el paso a la comprensión y el diálogo. De lo contrario seguirán las marchas del silencio elocuente en protesta contra los desafueros, la barbarie que ha sufrido el país en los últimos 70 años, por la delincuencia, las llamadas guerrillas, el narcotráfico, la corrupción, el despilfarro y la venta de las entidades del Estado como una baratija que han envilecido el alma de la nación.

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