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La Ruta de la Lana, la Ruta de la Leche y la Ruta del Arriero
Por Óscar Viña Pardo
La apuesta conjunta de la gobernadora del Tolima, Adriana Magali Matiz, y la alcaldesa de Murillo, María Camila Sánchez, por consolidar este municipio como epicentro del turismo rural en Colombia empieza a mostrar frutos. No es solo el reconocimiento de la ONU como Mejor Destino Rural 2025, es el entramado de experiencias que se tejen desde la montaña: recorridos interpretativos, gastronomía local, hospitalidad campesina y un vínculo emocional entre el visitante y el paisaje.
El anuncio de enviar en 2026 a un grupo significativo de murillenses a Argentina para cualificarse en turismo es una apuesta estratégica desde la “globalocalidad”: aprender del mundo para fortalecer lo propio. Sin embargo, el desarrollo turístico requiere más que capacitación; exige bilingüismo, educación ambiental y una formación sólida de “guardianes de la tierra”, capaces de rechazar el turismo depredador que deja frailejones marcados por selfies, residuos como pañales usados en los senderos y prácticas irrespetuosas como los paseos de olla.
Otro reto urgente es económico: hoy, gran parte del dinero que se mueve en Murillo se fuga a agencias de turismo con sede en Medellín, Manizales o Cali. Sin fortalecer la economía campesina, el turismo solo será una vitrina, no un motor de bienestar comunitario. La experiencia del Quindío demuestra que es posible retener la rentabilidad dentro del territorio si se apuesta por cooperativas locales, encadenamientos productivos y reinversión social. No se trata de excluir a grandes operadores, sino de garantizar que los campesinos sean protagonistas, no simples espectadores del auge turístico.
Las tres rutas: cuando la identidad se convierte en experiencia
Las tres rutas turísticas de Murillo —Lana, Leche y Arrierismo— no surgieron del azar ni de la moda, son la materialización de un estudio profundo sobre el ADN del territorio. La Ruta de la Lana reivindica el trabajo ancestral de las tejedoras que convierten la fibra en mantas, gorros y ruanas, y que hoy pueden posicionarse en mercados especializados de turismo experiencial como lo ha hecho Boyacá toda la vida.
La Ruta de la Leche transforma el ordeño matutino en narrativa gastronómica: arequipes tradicionales, quesillos, kumis artesanales e incluso apuestas originales como el arequipe con licor, que cautiva al visitante por su autenticidad e innovación.
La Ruta del Arriero, quizá la más novedosa y emotiva, revive la historia del paso de mulas, del comercio de antaño y del espíritu andino del andar, creando una conexión entre tradición, esfuerzo y memoria colectiva.
Estas rutas no son simples recorridos; son un acto de dignificación del campesinado, una pedagogía viva sobre cómo el territorio produce identidad y un camino para que los murillenses comprendan que son herederos y guardianes de un patrimonio que vale más que el oro: su cultura, su montaña, su agua y su forma de vida.
Porque el mayor reto no es atraer turistas, sino empoderar a una comunidad que entienda que Murillo no solo se visita: se protege, se habita con respeto y se cuenta con orgullo.
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