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Niños sicarios: ¿Por qué seguimos fallando?

Por Henry Rengifo Hernández
Aproveché para decirle a mi amigo que tenía la oportunidad de sentarse con su hijo y narrarle la triste historia de los niños sicarios en Colombia. Recordarle que, incluso un ministro reciente los llamó "máquinas de guerra", justificando acciones extremas. Que le explicara cómo en la atroz y tristemente recordada década de los 80 y principios de los 90, la mayoría de las bandas criminales estaban integradas por menores de edad.
Le conté que el asesino del candidato presidencial Bernardo Jaramillo Ossa (Unión Patriótica) en 1990 fue un niño de 15 años; que ese mismo año, el asesino del también candidato presidencial Carlos Pizarro acababa de cumplir 18; y que uno de los asesinos del ministro Rodrigo Lara Bonilla en 1984 tenía 17. Y ahora, 40 años después, un niño de 14 años repite la historia.
Estoy seguro de que si el país continúa por el camino de la inequidad, la desigualdad y la injusticia social, no solo sus hijos, sino también los hijos de sus hijos, seguirán viendo con profunda consternación a muchos niños convertidos en sicarios. Esto ocurre, simple y llanamente, porque el Estado y la sociedad los dejaron a la deriva, en el abandono absoluto, negándoles de tajo todas las oportunidades que, como hijos de esta patria, también las tienen y las merecen. Como reza la frase que se volvió un cliché, y que por estos días ha retumbado en discursos grandilocuentes: "Un país que no vela por su niñez, es un país sin futuro".
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Pero lo más lamentable es que, en lugar de transformar en oportunidades de cambio hechos luctuosos como el actual, ocurre todo lo contrario. La clase dirigente tradicional, la que ha gobernado a Colombia durante más de 200 años, no produce el más mínimo gesto de grandeza. Al contrario, su proceder mezquino envilece aún más su cuestionado accionar político.
Sus actos del más genuino egoísmo han quedado en evidencia, cuando de todas las formas posibles, se oponen a las reformas sociales propuestas por el gobierno del presidente Petro. Esto no es nada distinto a cumplir con el mandato que más de 11 millones de colombianos le dieron en las urnas. Además, son reformas que el país no solo reclama con urgencia, sino que no puede seguir aplazando.
¿Por qué el empecinamiento de desechar estas reformas sociales cuando precisamente son la piedra angular del cambio para avizorar una Colombia más justa y equitativa? Estas reformas permitirían empezar a transitar un camino de esperanza que disminuya la enorme brecha de inequidad, lo que, a su vez, dará a los niños marginados de hoy las oportunidades que los del pasado no tuvieron.
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