Columnistas
La queja del Comensal Oculto
Por Oscar Viña Pardo
En una columna anterior señalé la importancia de hablar bien de nuestra ciudad, de mostrar que “somos una nota”. Sin embargo, desde la primera entrega del Comensal Oculto, espacio dedicado a evaluar los restaurantes de Ibagué a partir de ítems como decoración, servicio, etiqueta, protocolo, limpieza, música, sabores, precio, entorno e identidad, hay una queja que persiste: la atención del personal.
He conversado con administradores y propietarios de restaurantes que han sido calificados en El Cronista.co y siempre surge la misma inquietud: ¿cómo es posible que de un día para otro, después de alcanzar buenos puntajes, el servicio y la etiqueta se conviertan en el mayor lunar?
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Capacitan al personal, invierten en formación, y sin embargo los meseros duran poco en las organizaciones. El problema vuelve y se repite. ¿Están fallando las instituciones educativas? ¿Las áreas de talento humano? ¿O simplemente las empresas se están guiando por el precio del día de un empleado? No hay respuestas claras, pero los factores son muchos.
La cultura también juega un papel decisivo. Admiramos el buen servicio del Eje Cafetero, donde la calidez de la gente se traduce en experiencias memorables. En Ibagué, en cambio, pareciera que tanto esfuerzo de dueños, chefs, ayudantes de cocina y algunos meseros se derrumba con la sentencia más lapidaria de un cliente: “No vuelvo porque me atendieron mal”.
Algunos lectores sugieren que la solución es más sencilla: ir a comer a la plaza o pedir un corrientazo. Y no les falta razón. Personalmente disfruto una avena con buñuelos, un pandeyuca recién salido del horno, un tamal con moño en la 28 o unos “claros” en el restaurante comunitario de Juntas, en el Cañón del Combeima. Siempre salí satisfecho con la atención y el plato cumplió con mis expectativas.
Por eso, más allá de la inestabilidad laboral, la clave está en insistir en la capacitación en etiqueta, protocolo y servicio al cliente. De lo contrario, seguiremos escuchando a los comensales repetir la misma queja y, al final, los restaurantes terminarán siendo juzgados no por sus platos… sino por su lunar de turno.
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