Columnistas
Delcy Isaza ha convertido sus experiencias en proyectos de ley
Por: Dahian García Covaleda
Politóloga
Por estos días, cuando se cuestiona tanto la legitimidad de quienes hacen política, conviene detenerse en historias que revelan por qué es indispensable que el Congreso no sea un salón lleno de personas que solo conocen una versión (cómoda, ordenada y privilegiada) del país.
Una de esas historias es la de Delcy Isaza, una mujer que llegó a la Cámara desde el campo tolimense, con la experiencia marcada en la piel y no aprendida en un escritorio.
A Delcy, la actual gobernadora y en su momento representante a la cámara por el Tolima, Adriana Magaly, le encomendó una tarea que parecía sencilla pero que, en realidad, abría una conversación profunda sobre desigualdad, darle continuidad a un proyecto de ley que buscaba bajar el costo de los productos de higiene y aseo para las mujeres y, además, reconocer como derecho fundamental el acceso gratuito a estos productos para las mujeres privadas de la libertad. No era teoría ni era activismo de ´papel’. Era una necesidad que ella había visto (y vivido) en su propia comunidad: el tipo de necesidad tan básica que no se menciona en discursos técnicos pero que decide, silenciosamente, la dignidad cotidiana de miles de mujeres.
Con el proyecto en sus manos, Delcy comenzó a buscar apoyos. Y allí ocurrió la escena que condensa, de manera casi cinematográfica, la diferencia entre representar al país y representarse a sí mismo.
En uno de los pasillos del Congreso, se encontró con una congresista de una familia con privilegios, de esas que no saben que es contar monedas para el bus o comer arroz con huevo tres veces al día. Cuando Delcy le habló del proyecto, la otra mujer no entendía el sentido, no le parecía coherente, no alcanzaba a ver la urgencia.
—Pero… ¿esto realmente es un problema? —preguntó la congresista
En su mundo, nadie había tenido que elegir entre comer o comprar toallas higiénicas. En su realidad, el precio de una compresa menstrual no era una decisión vital; era, simplemente, un ítem más del mercado que realizaba conchita. Esa burbuja (tan común en muchos políticos que nos representan) no le permitía ver las grietas que atraviesan a tantas mujeres.
Delcy nuestra representante respondió con la verdad que conocía en primera persona:
—Sí es un problema. Yo he conocido mujeres que han tenido que decidir entre almorzar o comprarse una toalla higiénica. Y ninguna mujer debería volver a estar frente a esa decisión.
La frase no fue un recurso retórico, fue memoria, fue territorio, fue vida real. Y entonces ocurrió algo importante, la otra congresista, que no tenía la referencia emocional ni social para comprender la necesidad, entendió desde la experiencia ajena lo que nunca había visto en la propia. Y decidió apoyar con un “si” el proyecto. Esa es la relevancia de que personas como Delcy (mujeres del campo, profesionales hechas a pulso, conocedoras de las carencias más básicas) ocupen un escaño. No para llenar cuotas. No para decorar la diversidad. Sino porque la política social solo funciona cuando quienes la diseñan comprenden las realidades que intentan transformar.
El éxito de las nuevas políticas sociales radica precisamente en eso, en dejar de gobernar desde las burbujas y comenzar a legislar desde las experiencias reales. Desde las decisiones dolorosas que nunca deberían ser necesarias. Desde la empatía que no nace de un libro, sino de la vida. Esa escena en el Congreso (una mujer privilegiada descubriendo una realidad invisible para ella y otra mujer, Delcy, poniéndole voz a miles) es un espejo del país. Y es también un recordatorio de que no hay mejor política pública que aquella que nace de haber estado ahí, de haber conocido el problema antes de escribir la solución.
La anécdota no es un detalle menor. Es la evidencia de que cuando la política se conecta con la vida real, deja de ser trámite y se convierte en justicia. Y por eso, hoy más que nunca, necesitamos más congresistas que hablen desde la verdad de su origen y no desde la comodidad de su apellido. Porque solo así, lo que para unos es invisible, se vuelve para todo un derecho.
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