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A sus 75 años, Antonio Castro entró a estudiar en la UT

A sus 75 años, Antonio Castro entró a estudiar en la UT

Antonio Castro Buitrago, estudiante de la Universidad del Tolima.
 

Nunca es tarde para cumplir los sueños. Antonio Castro Buitrago es una muestra de ello. A sus 75 años de edad ingresó a la Universidad del Tolima a estudiar la Tecnología en Levantamientos Topográficos y se ha convertido en una de las figuras más admiradas dentro del campus de la institución.

Antonio es bogotano de nacimiento, pero ibaguereño por adopción desde hace más de tres décadas, y un convencido de que nunca es tarde para aprender.

Su historia no es solo la de un estudiante que decidió inscribirse en un programa académico cuando muchos piensan en el retiro o en descansar: es el testimonio de disciplina, motivación y amor profundo por el conocimiento.

Empezar de nuevo

“Muchos me preguntan lo mismo: ¿por qué empezar a estudiar a los 75 años? Yo pienso que nunca las personas debemos dejar de aprender”, responde Antonio con serenidad, como si su decisión fuese la cosa más natural del mundo. Pero detrás de esas palabras hay una convicción forjada a lo largo de su vida.

Antes de llegar a la UT se capacitó en diferentes áreas, casi siempre en espacios privados y cursos cortos. Durante su paso por Ecopetrol, recuerda, la formación era una constante: “Allá, hasta para clavar una puntilla había que tener un certificado de aptitudes. Eso siempre tenía un precio. En cambio, estos muchachos tienen la fortuna de estudiar en una universidad pública y gratuita”.

La decisión de ingresar a la UT a una edad en la que la mayoría de personas lo tienen descartado por completo fue difícil de tomar para Antonio. Sabía que compartiría aula con jóvenes que no superan los 20 años, que en su mayoría podrían ser sus nietos.

No crean que es fácil meterse uno a esta edad a la universidad. Esto requirió una preparación mental muy buena, porque sabía que mis compañeros iban a ser muchachos de 16 años; es decir, que había unas cuatro generaciones de diferencia. Me preparé mentalmente para eso y confieso que me ha ido bien”, cuenta.

Un alumno destacado

El contraste entre generaciones es evidente. “La educación que recibimos las personas de hace 50 años es muy diferente a la que traen las generaciones nuevas. Uno tiene otros conceptos y siente una obligación moral de hacer las cosas bien”.

Quizá por eso, en su primer semestre académico alcanzó un promedio de 4,3, un resultado que lo llena de orgullo y que ahora lo motiva a seguir superándose en el segundo semestre.

Sus cuadernos se llenan de fórmulas, planos y cálculos. Mientras sus compañeros ven los apuntes como parte de una rutina escolar, Antonio los vive como una conquista: cada clase es un triunfo personal, cada parcial aprobado, un recordatorio de que la pasión por aprender nunca envejece.

La experiencia de vida lo convierte, inevitablemente, en una figura de referencia para los más jóvenes. Sus palabras son casi consejos de padre, aunque dichas desde la cercanía de un compañero de clases.

Les digo que estas oportunidades no se pueden perder. Yo me capacité durante toda mi vida en muchos temas, pero en espacios privados y sin obtener un título profesional. Y cualquier curso que uno haga es costoso. Ellos, en cambio, tienen la fortuna de una universidad pública y gratuita. Esa oportunidad no se debe desaprovechar”.

Con tono firme, recuerda cómo la formación constante le permitió mantenerse vigente en su trabajo, y ahora insiste en que las nuevas generaciones comprendan el valor de aquello que a veces dan por sentado.

El anhelo de Antonio es terminar su programa y obtener el título, no como una meta laboral, sino como una conquista personal, una prueba de que nunca es tarde para empezar algo nuevo.

Más que un estudiante, un ejemplo de vida

En el campus su figura se ha convertido en un símbolo. Los jóvenes lo miran con respeto, los docentes lo reconocen como un ejemplo de dedicación y quienes escuchan su historia no pueden evitar sentirse inspirados.

Nunca debemos dejar de aprender”, repite una y otra vez, como si esa frase resumiera no solo su paso por la UT, sino también la filosofía de toda su vida.

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