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Sexo, corrupción y poder

Sexo, corrupción y poder

 

Por: Iván Ramírez Suárez

@jiramirezsuarez

 

Conmocionado ha estado el mundo, incluida Colombia, por los escandalosos hechos de corrupción, violencia y agresión sexual, que tocan al sector público y a empresas y empresarios privados, líderes religiosos, personajes del cine, la farándula y el deporte de alta competición, entre otros. Sucesos de ocurrencia reiterada desde que la humanidad empezó a convivir y organizarse socialmente, trascendiendo imperios, monarquías, dictaduras, repúblicas y sociedades modernas y pos modernas, como una mácula social indeleble.

Es una fatídica secuela del desvío y abuso del poder en instituciones tan elementales como la familia, el colegio, la universidad, la empresa, la iglesia, la sociedad, pero cuyo impacto se siente más en el Estado.

Es que la más simplista definición de poder, entendido como la posibilidad de producir efectos o consecuencias, intencionalmente en otros a través de medios físicos o ideales, nos permite deducir que quien accede a quien lo ostenta, bajo tentaciones u ofrecimientos sexuales con un claro y definido propósito de beneficio, así como quien bajo el innoble fin  de satisfacer instintos o necesidades del mismo tipo, aprovecha el estado de subordinación o indefensión de la víctima, o bajo la imposición de la autoridad o la fuerza física o sicológica, la o lo o acosa, manipula, excita o accede sexualmente, traicionan el mandato que les ha sido entregado por la nación, el pueblo, la sociedad o Dios, como suele aceptarse en los Estados teocráticos.

Estas necesarias precisiones, porque desde Hollywood y sedes de Gobierno internacionales, así como desde las casas periodísticas nacionales, se han puesto al descubierto en los últimos meses entramados de corrupción con los dineros públicos y actos de violencia y acoso sexual contra mujeres y hombres.

Estos gritos de denuncia, que como un iceberg viene creciendo, gracias a la pérdida del miedo que han tenido celebridades del cine, reinas de belleza, periodistas y personas cercanas al mundo político, incluidas la Casa Blanca, la Casa de Nariño y el Palacio de Liévano, solo son una prueba más de esa realidad histórica que han tenido en el sexo y la corrupción los manjares más apetecidos del ejercicio del poder.

En Colombia, vale resaltar el coraje de periodistas como Claudia Morales, Claudia Julieta Duque, Paloma Valencia y Óscar Sevillano. Las primeras, denunciando actos de violencia heterosexual de personajes de alta dignidad dentro del Estado, y el tercero, una agresión homosexual cuando solo tenía once años  (“El silencio de Claudia el grito de miles de hombres y mujeres.” El Espectador, 31 de enero de 2018). No solo por hacer visible el tormentoso dolor que los agobia, sino por no temer cualquier represalia o agresión que pueda sobrevenir de manos de quienes fueron y están denunciados como sus victimarios.

Por ello, suena simpático que en Ibagué se haya armado tremendo zaperoco cuando un asesor del alcalde, acostumbrado desde sus épocas de Congresista a estas faenas, fuera sorprendido saliendo de un motel con una funcionaria de la Administración que necesitaba escalar en cargo y en salario.

La noticia no es el pecaminoso desliz, sino que se dejaron pillar. ¿O no?

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