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Opinión

La afiliación de Colombia al BRICS, ¿un riesgo o una ventaja?

La afiliación de Colombia al BRICS, ¿un riesgo o una ventaja?

Por: Edgardo Ramírez Polanía 


Todo cambio, ya sea social, político o económico, despierta resistencias, por esa aversión natural del ser humano frente a lo incierto. Algunos temen perder privilegios, otros, simplemente, el control. Pero también están quienes comprenden que se deben asumir riesgos si se quiere progresar.

En el escenario de las tensiones globales, las contradicciones entre potencias y la fatiga de las estructuras tradicionales han llevado a ciertos países, marginados del eje económico dominante, a tejer nuevas alianzas. Así surgieron los BRICS, un grupo de naciones emergentes que se organizaron con banco propio: el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB).

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Ese símbolo de su voluntad soberana, los miembros fundadores —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica— tienen una participación del 55%  del capital social, para asegurar su control e influencia desproporcionada sobre los demás miembros en la aprobación de préstamos y el desarrollo de proyectos, pero no se conocen cómo deben ser las garantías ni los requisitos para el desembolso de los créditos.


Se trata de una movida estratégica que podría reconfigurar el tablero del comercio internacional. El bloque, conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, ha sido ampliado recientemente con la adhesión de Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita, Indonesia y Emiratos Árabes Unidos. Todos ellos comparten una característica: poseen economías en expansión, vastos recursos y la firme intención de equilibrar la balanza frente al G7 y los organismos de Occidente.

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La petición de Colombia, presentada por el presidente Gustavo Petro durante su visita oficial a China, busca abrir puertas hacia nuevas fuentes de financiamiento e inversión. En un mundo donde los equilibrios se mueven con rapidez, mirar hacia Oriente y al sur global no es un gesto de rebeldía, sino una necesidad de autonomía. Proyectos en infraestructura, transición energética y desarrollo sostenible podrían encontrar respaldo en el NDB, sin las tradicionales condiciones del FMI o el Banco Mundial.
Acceder al financiamiento del NDB permitiría a Colombia fortalecer sectores estratégicos como la energía renovable, el transporte y la innovación tecnológica. Además, pertenecer al BRICS ampliado, otorgaría una mayor voz en el gobierno global y la posibilidad de diversificar sus mercados más allá de Estados Unidos y Europa.
Sin embargo, no todo es promesa ni bonanza. La integración también implica tensiones diplomáticas, sobre todo con Estados Unidos, un socio histórico del país, no solo en materia comercial, sino también en asuntos sensibles como la cooperación militar y la lucha contra el narcotráfico. Washington podría ver con recelo la cercanía de Bogotá con Pekín o Moscú, sobre todo en un contexto de pugna hegemónica, que podría traer al país consecuencias negativas. 
A esto se suman otros retos. La inestabilidad política o económica de algunos miembros del bloque puede restar solidez al proyecto. La idea de crear una moneda común alternativa al dólar podría alterar el ya frágil equilibrio financiero global. Y, aunque muchos aplauden la desdolarización, no todos están preparados para sus efectos.
Tampoco se ha hablado del control de la corrupción, que se sabe comienza desde que se desembolsan los créditos hasta que se retiran los escombros de las obras, y demás requisitos de los créditos que requieren explicación, para que la función del nuevo banco de los BRICS no reproduzca el mismo modelo de las instituciones financieras internacionales.
En términos poblacionales, el bloque BRICS ampliado representa más de 3.500 millones de personas. Solo los nuevos miembros suman unos 400 millones adicionales, una masa que, según algunos analistas, podría redefinir el mapa demográfico del poder. Especial atención merece África y América Latina, donde las poblaciones jóvenes podrían compensar el envejecimiento de regiones como China o Europa.
En los proyectos  comerciales, Argentina emerge como una pieza clave en esa región. Es un gran productor de alimentos, el país austral ve en los BRICS una gran oportunidad para colocar sus exportaciones en un mercado amplio y hambriento. Su cercanía con Brasil, miembro fundador, le da una ventaja geopolítica nada despreciable.
En cuanto a Colombia, su ingreso al BRICS debe ir acompañado de un ambicioso programa de cultivos de alimentos con cautela estratégica. Aunque la Nueva Ruta de la Seda, impulsada por China, ofrece oportunidades de cooperación e infraestructura, los costos de transporte y la competencia con productos asiáticos podrían erosionar la competitividad agrícola nacional.
El Nuevo Banco de Desarrollo, fundado en 2015, cuenta con un capital autorizado de 100 mil millones de dólares. Ya ha sumado a Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Bangladesh y Uruguay como miembros potenciales. Su misión es clara: financiar el desarrollo de los países afiliados sin ataduras ni recetas impuestas.
Vivimos en una época de reconfiguración del orden económico. La globalización ya no es unidireccional, ni las hegemonías eternas. Colombia, que ha sido durante décadas fiel aliada del modelo occidental y ha sido un acierto, en este momento está explorado nuevos horizontes. Es un acto de soberanía, pero también de responsabilidad. Porque lo deseable no es alinearse ciegamente, sino ampliar el margen de maniobra, diversificar alianzas y defender siempre el interés nacional,  aunque las aves agoreras anuncien el fracaso. 
La integración a los BRICS no debe verse como un salto al vacío ni como una ruptura radical. Es, más bien, un ensayo de dignidad en un mundo que exige autonomía, cooperación y justicia económica. Que Colombia asuma ese camino con lucidez sin desconocer los convenios comerciales existentes con Estados Unidos, y sin dogmas ni temores, será su verdadero desafío, pero con cautela y juicioso razonamiento para un eficaz resultado.

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