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En la Subienda de Honda se pesca hasta con las manos

En la Subienda de Honda se pesca hasta con las manos

Cada inicio de año los hondanos esperan la llegada de la Subienda como una promesa de Dios. Esa bendición se convierte en parte de la subsistencia de una población de aproximadamente 35.000 habitantes. De los ríos brota la comida. 

“Hay tanto pescado que toca esconder la atarraya”, dice uno de los pescadores. Lleva horas sin camisa bajo el sol, sin quemarse. El nivel del río Magdalena ha bajado y por eso el pescado está pequeño. Abundante y pequeño. “Puros bebés”, dicen los pescadores.

La orilla del río se vuelve una aldea en la Subienda. Los lotes abandonados donde antes había casas que desterró la creciente del río ahora sirven de albergues. Los pescadores trasladan sus casas a al río. Carpas, hamacas, trapos parados con varas sirven para descansar del sol mientras esperan su turno de pescar. Son tantos los pescadores que el río no alcanza y se tiene que pescar por turnos, en orden de llegada. Al lado del río, como esperando su turno también, una canoa inútil reposa bajo el sol.

Hay familias enteras, de Honda y de pueblos cercanos, que se van al río a pescar en esta época. Mientras los hombres pescan las mujeres, a unos pocos metros del río, ponen una olla sobre unas piedras y con chamizos secados al sol preparan comida. La ocasión hace a la cocinera: el sancocho de pescado es el que más se ve. Otros, porque están solos o porque ya el tiempo les enseñó la pertinencia de lo sencillo, ponen unos pescados sobre una piedra hirviendo al rayo del sol, le echan un poco de sal y esa es su comida.

En la carretera que bordea al río hay un comercio informal intenso. Salpicón, mango biche, comidas de todo tipo. Desde lejos se ve que son dos las cosas que más se venden, aparte del pescado. Uno, la cerveza, porque la Subienda en Honda es como un bazar de pueblo. En unos días inicia el Carnaval y Reinado de la Subienda en Honda. El otro, el hielo para mantener fresco el pescado que se le vende a quienes no se asoman al río.

Algunas mujeres se ganan dinero simplemente arreglando el pescado: van caminando por las calles, con un cuchillo en sus manos, descamando y sacando tripas a quienes no tienen tiempo o ganas de hacerlo.
El comercio tiene varias etapas. A la orilla de la carretera hay decenas de personas, tal vez más que el número de peces, vendiendo el producto. Esas personas les compran a los pescadores apenas termina su turno en el río y lo venden en la carretera o se lo llevan para los pueblos cercanos. “Uno no sabe cuánto se gana sino hasta que ya vende el pescado”, dice una de las señoras. “Por cada yunta intento ganarme 5.000 o 10.000 pesos”, dice la misma señora. 

En otras ocasiones los esposos pescan y las esposas venden. Se convierte en un negocio familiar. Difícil saber cuánto pescado se mueve durante la Subienda, o cuánto dinero o cuántas personas se lucran en la temporada. Lo que sí es seguro es que una gran parte del norte del Tolima como pescado seguido por estos días.

La subienda de turistas

La Subienda de pescado trae una subienda de turistas. Muchos carros que difícilmente son de pescadores impiden el paso por la carretera. Varios restaurantes con miradores, en donde sopla un viento que quema la cara, están llenos de personas de gafas oscuras que miran las montañas a lo lejos como si posaran para una foto. Esos turistas, de piel roja por el sol, son la razón de ser de muchos comerciantes.

“Aunque el precio depende del cliente”, dice una señora sincera. “No es lo mismo si viene a comprar una señora de acá cerca a si viene una señora de Bogotá en un carro”, continúa. “Hoy está caro porque es domingo y viene mucho turista. Entre semana se pone más barato. Además, está saliendo pequeño hoy”.
Los turistas se diferencian a los lejos. Por el color de su piel, por la forma retrotraída en que miran todo. Disimulan su admiración por algo que está en el origen mismo de la vida: nada está más atado a la Historia de Colombia, país de mares y de ríos, que la pesca. Es como si el turista volviera a sus orígenes y eso lo fascinara y lo extrañara.

“Venimos hasta acá porque así nos comemos el pescado más fresco. Lo sacan del río y lo tenemos servido a los 10 minutos”, dice una turista que viene de Bogotá. “En carro nos demoramos 3 horas en llegar y nos quedamos medio día y nos devolvemos por la tarde”. 

 

Pescador que se duerme

Como hay pescadores que viene de lejos solo para la Subienda tienen que descansar en hoteles cercanos y comer de lo que el río les brinda. Algunos duermen en carpas en la playa del río, otros cuando cae la noche se van a dormir y vuelven a la madrugada.

Ese tipo de pescador es el que ocupa el resto del año trabajando en oficios varios: de Mariquita vienen panaderos, de Guayabal llegan conductores. Son pescadores de temporada.

Hay personas que en toda contingencia ven una ocasión. Un señor, al ver la oportunidad, montó hamacas a la orilla del río y las alquila a los pescadores. “Sobre todo en el día, que es cuando más gente hay en el río”, dice. “Por la noche se levantan y se van a pescar con más tranquilidad.” Él, sentado en una silla Rimax playera, pareciera cuidarles el sueño. 

A pescar con la mano

Aunque el pescado esta extremadamente abundante esta pequeño. “No llegan ni a bebés, son renacuajos”, decía uno de los pescadores. “El problema con eso es que muchos que no son pescadores vienen y sacan esos pescados así todos pequeños y arruinan la Subienda. Matan esos pescaditos que después van a ser los pescados grandes. Por esa gente es que la Subienda se acaba tan rápido.”

Cuando el nivel de la corriente es bajo, los pescadores se pueden meter más hacia el río para sacar los peces más grandes. Si la corriente es alta los peces grandes van por toda la mitad del río y entonces solo los balseros pescan a los grandes. 

Como todo en la vida hay pescadores de diferentes niveles: pescadores en canoa, que son los que sacan los mejores pescados; pescadores de orilla que lanzan sus atarrayas lo más cerca del centro del río y, finalmente, los pescadores de orilla sin atarraya. Esos ponen costales que filtra el agua y esperan que los peces los arrastre la corriente hasta allí.

Unos niños que jugaban a pescar metieron la mano y sacaron unos cuantos. Los peces revoloteaban en la mano intentando escapar. Los dejaron ir y siguieron jugando.

Afuera la gente seguía circulando con el afán de un domingo de mercado. Unos compraban, otros vendían. Los niños corrían, mandados por los papás, a buscar hielo en la casa o en una tienda para que no se fuera a dañar el pescado. Los turistas se paraban en los miradores mientras los pescadores esperaban su turno de tirar la atarraya. Todas las casetas, que eran muchas, estaban llenas de personas tomando cerveza. Todos, en fin, resoplaban, como nadando contra una corriente de calor.

Cae la tarde, algunos se comienzan a ir. Otros, curtidos en las artes de pesca en agua dulce, saben que la noche es la mejor para extender la atarraya y se levantaban de las hamacas alquiladas en busca de su tesoro invocando al Mohán y guiados por la luna.

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