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Los toros de Fucha

Por Guillermo Pérez Flórez
*Abogado-periodista
Dice el presidente Petro que la manifestación del pasado 1 de mayo es la más grande jamás realizada en Colombia. No lo sé. No sé si fue superior a la presidida por Gaitán el 7 de febrero de 1948, conocida como la ‘Marcha del silencio’, en la cual participaron cien mil personas - según nos dijeron nuestros padres – cuando Bogotá apenas tenía cuatrocientos mil habitantes. No lo sé. Lo que sí sé es que la del jueves fue inmensa y es un claro indicador de que el Presidente de la República tiene un amplio respaldo popular, lo que coincide con dos de las encuestas más recientes, la de Guarumo e Invamer.
Con esta manifestación popular Petro escenifica una tensión entre la democracia representativa y la democracia participativa, que consagra nuestra constitución. Los dos modelos son complementarios, no son antagónicos. En cualquier caso, la marcha es un síntoma de salud democrática, y como tal debería procesarse.
Ahora bien, el discurso de Petro está lejos, lejísimos de la oración por la paz de Gaitán, tanto en su construcción, como en su contenido y finalidad. El de Petro es más bien una arenga, la banda sonora de un acto lleno de simbolismo. Los guantes blancos empuñando la espada de Bolívar y la apelación al pueblo, para enfrentar a un senado que, en un acto de insensatez, decidió hundir su proyecto de reforma laboral sin discutirla. No estoy seguro de si insensatez es el vocablo correcto, tal vez sería mejor, estupidez.
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Uno mira la manifestación, escucha el discurso de Petro y puede pensar que Colombia está en medio de una definición histórica, como la de Estados Unidos en los años sesenta del siglo XIX, cuando el norte y el sur se trenzaron en una guerra para escoger entre libertad o esclavitud. Pero resulta que no. Que todo este esfuerzo es para resolver si el día termina a las seis de la tarde o no. ¡Qué vergüenza!.
Al leer las preguntas, se puede concluir que son ‘chimbas’, para decirla en la gramática de Vargas Lleras, o ‘culas’, para expresarse con el lenguaje del ministro Benedetti. Todo un derroche energético digno de una mejor causa. No es que la reforma laboral no sea importante, claro que lo es, y por eso, y solo por eso, si hay consulta la votaré, y votaré sí. Sin embargo, seamos honestos, no estamos en presencia de una revolución social. Si López Pumarejo resucitara, y haría bien que lo hiciera porque el país lo necesita, le daría risa que esto se pueda confundir con su ‘Revolución en Marcha’, como lo pretende el presidente. Y se reiría, o lloraría de la mini reforma propuesta por el Partido Liberal. Perdónenme si les parezco aguafiestas. Las propuestas son flojas. No tanto, claro está, como las de la consulta anticorrupción de Claudia López en 2018, que pese a eso casi es aprobada. Ello puede sugerir que en el fondo lo que importa no es el contenido sino el efecto político: derrotar al establishment.
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El liderazgo de Petro es indiscutible. Independientemente de si su estilo gusta o no. Tiene un verbo que suscita pasiones, hay gente que llora de emoción cuando lo escucha y está convencida de que por fin al pueblo le ha llegado la hora de los grandes cambios. Ojalá y así fuera.
Es una situación triste tener que hacer todo esto para aprobar lo que un presidente conservador, Guillermo León Valencia, hiciera por decreto hace sesenta años, como lo recordara en su vibrante discurso Petro. El origen de este embrollo, en parte se le debe a Uribe que, para estimular la creación de empleo - según nos dijo - hizo aprobar una reforma laboral que prolongaba el día hasta las diez de la noche. Y estamos en las que estamos, gracias a la comisión séptima del senado. Esa es la verdad, pura y dura.
Hace doscientos años, el precursor de la independencia, Antonio Nariño, fundó un periódico que llamó ‘Los Toros de Fucha’. Desde allí habló de la ‘patria boba’, criticando la división entre centralistas y federalistas que frustró la primera república. Hoy no estamos mejor. Seguimos siendo expertos en desperdiciar energías, talentos y recursos.
El Senado tiene una oportunidad de oro: reabrir el debate de la reforma laboral y evitar que el país entre de lleno en un largo y desgastante proceso electoral. Ojalá esta vez estemos a la altura del momento.
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