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Los designios de la mujer

Los designios de la mujer

Por: Edgardo Ramírez Polanía

Existe la falsa creencia que la mujer al expresar su voluptuosidad, lo hace con la finalidad incitar a la satisfacción de los deseos de los hombres. Pero no resulta ser así, porque en ella existen variadas exigencias como la inteligencia, el respeto, la amabilidad,  y ante todo su seguridad económica que disimula con fina apariencia.

El hombre cree dominar a la mujer por su fuerza, su voz grave, su aparente capacidad de amoldarla a su voluntad y su audacia, expresada en el dinero y el poder, con la convicción de que ella accede a sus deseos, sin percatarse de que ese interés no es fundamental en ella. Es la mujer quien mediante una sutil sugerencia, decide cuándo quiere ser amada y toma las decisiones en una intrincada manera de convencer.

El modo de aparentar de la mujer está en la base del orden social, de la civilización y, quizás, de la cultura, como forma de perfeccionar la vida de los individuos. Si las mujeres fueran realmente voluptuosas, como las retrata la literatura y el cine, ese orden resultaría más frágil y perecedero. Son ellas, precisamente en su apariencia, las que han sostenido la insigne patraña de la sexualidad, la sensualidad y la feminidad.

La voluptuosidad física de la mujer, a través del tiempo, ha transformado valores, formas y jerarquías, para dar paso a las apariencias, las hegemonías de la moda, los procedimientos estéticos, el vestir con sus estratos. Así se ha creado una diferenciación entre ellas mismas, en una noria falsa de expresiones y comportamientos que han llevado tanto a la mujer como al hombre a un mercadeo de su imagen, transformando sus formas naturales para mejorar la apariencia física que influye en su identidad y manera de ser.

Circula un libro interesante titulado “Mujer incómoda”, de la escritora Vanessa Rosales Altamar, que analiza los aspectos de la mujer desde su propia vivencia, en la niñez, la juventud y la madurez, con sus expresiones de amor y su desenvolvimiento en una sociedad religiosa y excluyente que, como ella afirma:
“No educaba a las mujeres en la sexualidad, ni para ser esposas, donde toda su personalidad era volcada a la domesticidad. Una costumbre hecha por los varones para abusar de su dignidad y su respeto, porque estaba reservada a servir al hombre conforme a las consideraciones bíblicas, llenas de segregación espiritual, al punto que en las iglesias no podían mostrar sus brazos.”

Es una visión distinta y moderna frente a la obra clásica de Severo Catalina, “La mujer” donde el reconocido autor considera en algunos capítulos que “el corazón y la cabeza de la mujer funcionan independientemente, y que cae por su orgullo ante la lisonja y la mentira del hombre y que contra esa trampa, solo se escapa con la educación, para que sea virtuosa y agradable al corazón”. Además, que el orgullo y su falsificación no le permiten un verdadero sentimiento, una opinión que no oculte, ni un pensamiento que no disfrace.
Y agrega:

“Cuando es solo la belleza de una mujer lo que le permite triunfar sobre un hombre, ese triunfo no durará más allá de la tersura de su piel y el brillo de sus ojos.”

Esas apreciaciones han sido revaluadas en gran medida por la modernidad y la igualdad de género, donde la mujer incluso supera al hombre y decide cuándo quiere ser amada o deseada y tiene libertad, identidad y la posibilidad de dirigir o actuar según sus propios deseos y construir con su talento y extraordinaria intuición lo que el mundo necesita.

La sociedad, como una mascarada humana, ha estado vigilante de la libertad sexual de la mujer, pero no del hombre, al punto que el adulterio sigue siendo castigado en muchos países musulmanes con la lapidación que conduce a la muerte, cometida  por fanáticos de Sudán, Malí, Nigeria, Yemen, Irak, Irán, Afganistán Pakistán, Catar, Mauritania, Kuwait, Brunei, Somalia , Malasia y otros países árabes.

En Occidente se ha prohibido la libertad sexual temprana de la mujer, pero no del hombre, con fundamento en que esa actitud sin las debidas seguridades, conlleva peligros y dificultades posteriores  por embarazos indeseados, que debilitan la posibilidad de educación como instrumento de trabajo y algunos valores culturales necesarios para la independencia económica y social.

En algunas culturas, la amistad entre un hombre y una mujer casada está reprimida, sobre todo si él es cortés y caballeroso, porque se le considera irrespetuoso. Esto impide la existencia de una genuina amistad, debido a sospechas infundadas e inverosímiles, aunque no haya ningún antecedente de romance, el cual queda relegado al recato, al ocultamiento y la apariencia.

Cualquiera que sea la opinión sobre la mujer, seguirá siendo un ser enigmático, imprevisible, hermoso y necesario para el desarrollo social y la perpetuación de la especie. Como dijo el conde de Segur: “Los hombres hacen las leyes; las mujeres hacen las costumbres”. Esa práctica repetida y generalizada, que al decir de Bernard de Fontanelle, nos hace gobernados con la ternura y felicidad del verdadero amor.

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