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El Tolima y el Producto Interno de Felicidad (PIF)

El Tolima y el Producto Interno de Felicidad (PIF)

Por Ricardo Oviedo Arévalo
Sociólogo, docente e historiador


Colombia es uno de los pocos países en América Latina que carece de una ley nacional sobre carnavales. En contraste, naciones como Ecuador, Perú, Argentina o Venezuela sí la tienen. En estos países, se regula un gran feriado nacional para la celebración del carnaval de cuaresma, cuya fecha varía anualmente según el calendario lunar. De esta manera, toda la población conoce de antemano el período carnestoléndico para dar rienda suelta a su "otro yo", a menudo reprimido por diversas normas que dominan y subyugan su felicidad. Así, el carnaval, con todo lo que representa, se convierte en una política nacional de felicidad colectiva.

Por lo tanto, el sociólogo Luis López de Mesa tenía razón al afirmar que Colombia es un país de regiones. Aquí surgió un gran archipiélago autónomo de culturas locales que, durante los difíciles años de la Colonia y los albores de la República, lograron desarrollarse económica y culturalmente. Crearon sus propios imaginarios regionales, incluyendo mitos y leyendas, expresados en la rica diversidad musical y cultural que hoy poseemos como nación y que está reconocida en la Constitución Política de 1991.

Actualmente, se realizan más de cuatro mil festividades en todo el territorio nacional. Entre ellas destacan el Festival del Cuy en Nariño, el Festival de la Confraternidad Amazónica en Leticia, la Fiesta del Aguacero en Caldas (Antioquia), el Día de la Avalancha en Páez (Cauca), la Fiesta del Torbellino en Tábio (Cundinamarca), e incluso el Carnaval del Fuego en Tumaco.

En el caso del Tolima, según la información del Ministerio de Cultura y las instituciones territoriales de cultura, celebramos cerca de ochenta carnavales, festivales, concursos y ferias distribuidos en sus 47 municipios. Repetir, en este caso, no es mala educación, sino que confiere un gran prestigio a sus habitantes. Las fiestas comienzan en enero, con Piedras rindiendo homenaje a San Sebastián y Prado con sus fiestas de La Paz, La Luz y La Alegría. En febrero llega el Carnaval de la Subienda en Honda; en marzo, el Valle de San Juan con el santuario a Nuestro Padre Jesús; en mayo, El Guamo con la celebración del Corpus Christi; y en junio, San Juan y San Pedro hacen metástasis en todo el departamento. Julio celebra en Chaparral, Lérida y Alpujarra, y el calendario cierra con la Fiesta del Retorno en Anaime, sin contar las fiestas patronales, novenas y fin de año.

A los tolimenses se nos atribuye ser ‘pachorrones’, lentos y dormilones. Pero no hay criatura más portentosa y trasnochadora que un opita con su ‘taparoja’, sombrero y rabo e’ gallo, acompañado de buenos rajaleñas, cumbias y vallenatos. En un instante, se convierte en un hábil danzarín que baila sobre cualquier superficie; no hay tablado que lo detenga ni piso que lo resbale, ¡baila entre las nubes!

Toda esa energía reprimida se transforma en una sinergia incontrolable. Tempranamente, el opita pierde la coordinación entre sus gestos corporales y el habla, pasando de hablar lento a pronunciar más de mil palabras por minuto. De ser un hombre tímido, se convierte en un conquistador astuto y atrevido, transformándose en un pavo real con todo su plumaje al aire. Por lo tanto, el actor de cine Tony Curtis es un "alfandoque" a su lado. Su ego es más grande que el de un costeño o un caleño bailando salsa o vallenato. Así, pasa rápidamente de ser un hombre calmado y tímido a un individuo arrollador, dicharachero, elegante y hermoso, como tallado por los mismos dioses, convirtiéndose en muchas ocasiones en un hombre semi-nómada que recorre cada una de estas festividades durante todo el año.

En definitiva, sin él no hay fiesta. Pero eso sí, se vuelve extremadamente delicado: cualquier roce puede convertir la pista de baile en una batalla campal, recordándonos a nuestros antepasados, los aguerridos pijaos.

De esta manera, con todos estos jolgorios, en nuestra tierra, los indicadores de felicidad se disparan hasta el cielo. Si nos midieran por esto, superaríamos al lejano y frío país asiático de Bután, donde crearon este nuevo indicador, el Producto Interno de Felicidad (PIF), que mide la calidad de vida y la alegría de sus habitantes. Esto contrasta con el frío y tecnócrata indicador del Producto Interno Bruto (PIB) de Planeación Nacional, en el que casi siempre estamos rezagados.

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