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Las ciudades deben educar

Las ciudades deben educar

Por: Eduardo Peñaloza Kairuz

*Docente Universidad del Tolima. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos Paisajistas – SAP.


Las ciudades son el reflejo de sus ciudadanos. En la tradición occidental —de la cual formamos parte— y por herencia colonial europea, la forma urbana incorpora dispositivos y elementos que orientan el comportamiento humano.

El ágora y las stoa griegas, el foro romano, la claridad geométrica del Renacimiento y la articulación dinámica del urbanismo barroco, son ejemplos históricos de cómo la ciudad regula prácticas y enseña modos de habitar.

La ciudad educa: orienta nuestros recorridos, señala los espacios para detenerse, favorece los lugares de encuentro y moldea las formas en que nos relacionamos. A través de su morfología, sus ritmos y escalas, la ciudad transmite aprendizajes cotidianos sobre cómo habitarla, cómo convivir y cómo construir sentido colectivo.

Recreación e imagen parcial del ágora en Efesos, Turquia. Fuente: https://www.glosarioarquitectonico.com/glossary/agora/

Hace unos días estuve con los estudiantes de Urbanismo II del Programa de Arquitectura de la Universidad del Tolima en práctica académica en el departamento de Santander, de la mano del profesor Juan José Ospina, quien desde hace varios años visita poblaciones como El Socorro, San Gil, Barichara, Guane y Bucaramanga.

Muchos de estos lugares —especialmente los coloniales— conservan la impronta urbana hispana: la trama urbana, plazas y parques bien definidos; andenes dignos; aleros y perfiles continuos de fachada; una arborización abundante; y un uso consistente de materiales locales como la piedra arenisca (o piedra Barichara), presente incluso en detalles cotidianos como bordillos, rampas, escalinatas, entre otros).

Estos códigos urbanos se mantienen y son visibles en el orden que se percibe y en la manera en que las normas se respetan. Estos pueblos son ejemplos de cómo la ciudad educa.

Barichara, Santander. Fuente: Google earth

Estudiante del Programa de Arquitectura de la Universidad del Tolima entrevistada por medios periodísticos de Socorro, Santander. Fuente: Eduardo Peñaloza K

reportaje: https://www.facebook.com/reel/1908052553123776

Pompeyano en calle 60 , Bucaramanga. Fuente: Elaboración propia

 

Parque San Pio, Bucaramanga. Fuente: Elaboración propia 

Estas experiencias in situ nos llevan inevitablemente a preguntarnos por Ibagué, una ciudad que ha ido perdiendo progresivamente su capacidad educadora. Los buenos andenes y secciones viales son escasos; las plazas y parques, aunque existen —muchos con magníficos samanes— carecen de continuidad, accesibilidad y elementos mínimos como rampas o pasos seguros.

Ante el caos urbano en que vivimos (innegable), la respuesta común suele ser: “es que en Ibagué no hay cultura ciudadana”. Sin negar esa afirmación, considero que la ciudad —como hecho urbano actual— tampoco ofrece la pedagogía necesaria para formar esa cultura.

Andén carrera 5ª con calle 32 Ibagué. Fuente: Eduardo Peñaloza K

Es útil recordar que existen ciudades donde la normativa urbana es estricta y su cumplimiento resulta incuestionable. En lugares como Londres o Madrid, acciones aparentemente menores —como orinar en el espacio público— pueden derivar en multas significativas o incluso en detención policial. Este tipo de medidas evidencia cómo ciertas ciudades sostienen el orden y el control mediante una regulación urbana rigurosa.

Aunque la participación ciudadana es fundamental para generar apropiación, creo firmemente que debe existir un compromiso real de las organizaciones gubernamentales y la comunidad (toda), para construir un proyecto de ciudad.

Un proyecto que trascienda las ideologías para convertirse en un acto político–cívico: hacer de la ciudad un laboratorio urbano que enseñe, que oriente, que haga evidente por dónde caminar, por dónde conducir, por dónde debe andar el bus y cómo deben convivir los distintos sistemas de movilidad.

En ese proyecto, la cebra (Milvago —ave local de la familia Falconidae que tiene líneas en sus alas, idea propuesta por las paisajistas Gloria Aponte y Laura Feria para el PEMP del Panóptico) debe recuperar su protagonismo para invertir la pirámide de la movilidad y ubicar al peatón en su cima.

Los andenes no deberían tener postes en su eje; deberían contar con Zonas de Protección Vegetal (ZPV) que mitiguen la temperatura y atraigan polinizadores; los árboles deberían mantener alcorques adecuados; los antejardines deberían recuperarse como parte del espacio público; y los separadores viales deberían guiar al peatón, no convertirse en lugares de múltiples pasos informales.

Paso peatonal ( idea para el PEMP Panóptico) Fuente: Gloria Aponte

La ciudad debe funcionar como un gran contenedor de enseñanza, un espacio que eduque en movilidad, sostenibilidad y convivencia, y que oriente el desarrollo.

En Ibagué, sin embargo, ocurre con frecuencia que primero se levantan los edificios y solo después —mucho después— se intenta hacer el urbanismo. Esto obliga a la ciudadanía a caminar por la calzada, exponiéndola al riesgo y deteriorando la calidad urbana.

¿Qué ha pasado en nuestra historia urbana reciente para que ya no queramos caminar por los andenes?

 

Habitante de Ibagué caminando en muletas por la calzada. Carrera 4i con calle 38, Ibagué. Fuente: Eduardo Peñaloza K

Desde la academia tenemos la responsabilidad —y también la oportunidad— de reconocer estas falencias, porque revelan que aún está todo por hacer. No se trata de imitar físicamente otras ciudades, sino de absorber sus enseñanzas.

Medellín logró reinventarse a pesar de la crisis de violencia de los años noventa; si ello fue posible, también hay esperanza de que Ibagué recupere urbanamente su vocación, con la impronta de su magno paisaje, honre lo que construyeron épocas pasadas y vuelva a ser una ciudad que enseña.

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