Historias

Una ejemplar defensa de la raza

Una ejemplar defensa de la raza

Manuel Quintín Lame, quien muere en Ortega el 7 de octubre de 1.967, agitador de la conciencia indígena, primero en el Cauca, su tierra natal y luego en el Huila y el Tolima, logró salvar tierras, conservar sus idiomas, mantener un residuo de autonomía política y luchar contra el despojo y la destrucción. Lo logró desde su Supremo Consejo de Indios creado en Natagaima en 1.920, desde el Cabildo del resguardo en Ortega y Chaparral, desde sus memoriales y tomas pacíficas de poblados, desde su reclusión como prisionero en muchas ocasiones, desde sus memoriales al Congreso como Cacique General de los Indígenas de Colombia. El ejemplo de una vida entregada a la causa de los suyos es una hazaña que queda consignada en la historia de Colombia.

 

Fue apasionante y triste la vida de este caudillo indígena que marcó una época rebelde y romántica pero para él injusta en la vida colombiana. El pensador, poeta y guerrillero por fuerza de las circunstancias, el escritor y líder de peleas heróicas, brilla aún en el mapa de las vergüenzas nacionales como un mártir de los humillados y ofendidos de la tierra. Qiuintín Lame ocupa el puesto más elevado entre los jefes indígenas de Colombia en el siglo XX. Desde niño conoció la violencia y la injusticia. A los cinco años presenció la brutal violación de una hermana por parte de agentes del gobierno. A los 10 trabajaba la tierra del patrón y a los 11 se rebeló contra su padre cuando al pedirle escuela, éste, entregándole un machete, un hacha y una pala, le dijo en tono severo que esa era la verdadera escuela del indio, que se fuera con sus hermanos a cortar trigo y a derribar montaña. Pero su fe y entusiasmo lo llevan a donde un tío que le enseña a deletrear su nombre. Ya adolescente se dice que él es un indio de cuidado y cuando la violencia se abre camino, contempla matanzas, entre ellas la de un hermano terriblemente mutilado a machetazos, mientras él huye sigiloso monte arriba.

 

Se alistó en el ejército en 1.901 por señalamiento del alcalde, jefe  civil y militar y es escogido por el general Albán como ordenanza quien lo lleva a Panamá, le enseña a leer y escribir y algunas nociones de historia. Este indio serio y duro pero accequible, fuerte y alto, lleno de energía, inteligente y ambicioso, de ojos negros dominantes, voz viril y pesada, anchas espaldas y de negra y lacia cabellera que le otorga un aspecto imponente y extraño, al ver a los indios del Cauca acosados, compra un manual usado por los tinterillos de la época llamado El abogado en casa, donde hay modelos de cartas, memoriales, nociones de procedimiento y un código civil. Dotado de gran sagacidad y memoria, termina por aprender a consultarlo y a citar con facilidad los artículos,  no dejándose explotar porque comprende que los blancos no sólo se robaron su oro sino los obligaron a cargarlo.

 

Así empieza a organizar reuniones, a exigir justicia y es señalado como peligroso, de tener pactos con el diablo por su cabello sobre los hombros y su tabaco permanente entre los labios. Defendía a los desposeídos, a los débiles e ignorantes, a los abandonados, recogía firmas en memoriales y hasta viajaba a Bogotá a reclamar su derecho a la tierra. Ya era un líder.

 

Pide audiencias que no le conceden, da declaraciones, va al parlamento, lo califican de alucinado y desocupado, se le acusa de planes sediciosos, es engañado por políticos, perseguido, preso, aculatado. Llega al Tolima en 1.917 aureolado por su autoridad sobre más de 50 mil indígenas. Al regresar al Cauca lo encierran por tres años pero no lo doblegan en su envagelio de la defensa de su raza. Al regresar al Tolima en Ortega y Chaparral han extinguido los resguardos, recorre las comunidades, encausa el descontento, inicia litigios, es encarcelado contínuamente y entrevistas en periódicos nacionales le dejan volar su palabra. En 1.922 ya es vocero de 197 pueblos indígenas, dicta conferencias en Ibagué, es perseguido por los alcaldes de Ortega, Coyaima y Chaparral y termina por dos años más en la cárcel de Ortega. Sale libre, funda escuelas para indios, redacta manifiestos sobre su pensamiento y sigue entre cárceles, engaños y promesas hasta envejecerse sin amparo ni garantías, sin poder coger sus cultivos embargados por los ricos y los jueces.

 

Muere el 7 de octubre de 1.967 en Ortega donde los indios lo encuentran en una choza con su cabellera esparcida y entre todos no reunen para pagar al sepulturero. Entonces lo acuestan sobre ramas frescas de palmiche, lo llevan al monte y lo depositan en el seno de la tierra. A los dos años lo trasladan al cementerio indígena de Monserrate en donde hoy reposa. En su tumba hay un epitafio tomado de su libro. “Soy un defensor a pleno sol ante Dios y los hombres, que defiendo las tribus y las huestes indígenas de mi raza muerta, desposeída, débil, ignorante, analfabeta, abandonada, triste y todo lastimosamente por la civilización”. 

 

Carlos Orlando Pardo. Escritor - Historiador - Periodista

Pijao Editores

 

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